"En realidad siempre hacemos las reglas para los demás y las excepciones para nosotros mismos."
Charles Lemesle
"En realidad siempre hacemos las reglas para los demás y las excepciones para nosotros mismos."
Charles Lemesle
Una vez un sultán se llevó a sus mejores cortesanos a disfrutar de un crucero por las aguas tranquilas del golfo Pérsico. Todos se mostraban encantados de ser sus invitados, menos uno, que jamás había visto el mar y había pasado toda su vida en las montañas. Este hombre sufrió un ataque de pánico nada más abandonar el puerto y se encerró en la bodega de la nave, donde no paró de llorar y lamentarse e incluso se negó a comer y beber.
Su comportamiento estaba arruinando el crucero a todos los pasajeros, pero el sultán no sabía cómo hacer entrar en razón al cortesano. Para fortuna de todos, el más sabio de los ministros del reino se dirigió a su señor diciéndole: "Si su alteza me da permiso, yo conseguiré calmarlo". Y a continuación, mandó que tirasen por la borda al atormentado cortesano. Cuando el hombre vio que nadie le salvaría de morir ahogado empezó a dar fuertes brazadas y, aunque tragó mucha agua, llegó hasta el barco, desde donde fue izado. A partir de ese momento, no sólo dejó de quejarse, sino que todo le pareció maravilloso.
Al igual que el cortesano, muchas personas sólo consiguen dar el auténtico valor a las cosas de las que disfrutan a diario cuando experimentan la sensación de pérdida.
Un hombre se acercó a Sócrates y le dijo: "Tengo que contarte una cosa muy seria relacionada con un buen amigo tuyo". El filósofo se lo quedó mirando fijamente con sus ojos llenos de sabiduría y le preguntó: "Antes de que empieces a hablar, ¿has sometido lo que pretendes contarme a la prueba de los tres coladores?". El hombre, desconcertado, le preguntó: "¿Y qué prueba es esa?". A lo que el viejo filósofo respondió: "Si no lo sabes, presta atención. El primero de los tres coladores es el de la verdad. ¿Estás seguro de que es cierto lo que me quieres contar?"
"En realidad, seguro del todo no lo estoy, pero lo escuché de una persona muy seria, poco amiga de las mentiras", respondió el hombre. "¿Y qué me dices del segundo colador, el de la bondad?", continuó Sócrates. "Aunque fuese verdad lo que me has de contar, ¿estás seguro de que es bueno que yo lo oiga?, ¿me hará bien escucharlo?". Y el otro le respondió sin titubear: "Lo que se dice bueno, no lo es. Más bien todo lo contrario".
"Siendo así -prosiguió el venerable pensador-, aún quedaría un tercer colador, el de la utilidad. ¿Estás seguro de que me resultará útil lo que quieres contarme?". "Pues, la verdad es que no", respondió el hombre.
"¿Ves? -le replicó el sabio-, si lo que me vas a contar no sabes si es verdad y no sería ni bueno ni provechoso, prefiero que te lo guardes sólo para ti".
"Hay palabras que duelen como una mordedura. Son palabras imposibles de perdonar u olvidar"
Sandor Marai