Mamá gaviota


Hace mucho tiempo, en una playa castigada por olas gigantescas, había una gaviota desesperada. Acababa de poner sus huevos en la arena y el mar se los había arrebatado. Mamá gaviota se lanzó al mar para recuperarlos y se sumergió en él una y otra vez,pero sus intentos fueron en vano. Con el corazón roto, imploró al mar: "Devuélveme a mis hijos, por favor". Pero el mar no le contestó.

Cansada de suplicar, el ave lanzó este desafío: "Si me arrebatas a mis hijos, te secaré. Con mi pico iré sacando agua sin importarme cuánto tarde". Día y noche hasta casi desfallecer persistió en su irrealizable misión. Su trágica historia conmovió el corazón de las gaviotas del lugar que, poco a poco, se fueron juntando para ayudarla hasta que formaron una enorme bandada, que iba del mar a la orilla en un frenesí sin fin.

La Gran Gaviota, que estaba observándolo todo desde lo más alto del cielo decidió bajar para averiguar qué sucedía. En cuanto se enteró de la historia de mamá gaviota y sus hijos perdidos,les dijo a todas: "Dejad que hable con mi amigo el dios del océano y él devolverá los huevos". Y así fue. Pero desde entonces las gaviotas aprendieron una gran lección: luchando unidos podemos lograr cosas que solos jamás conseguiremos.

Acción negativa

"Una acción negativa borra de nuestra mente todas las positivas".



Eres especial





El tesoro escondido


El rabino Isaac tenía un sueño recurrente en el que una voz le ordenaba que viajase a la lejana Praga y que, una vez allí, empezara a cavar debajo del puente que conduce al Palacio Real hasta encontrar un tesoro. Como pasaban los meses y el sueño persistía, al final decidió hacer el largo viaje para comprobar  qué había de verdad en esa revelación.

Cuando llegó a su destino, constató desolado que el puente era constantemente vigilado por dos soldados. Así que cada día, desde la distancia, se pasaba un buen rato observándoles. Ese gesto no pasó inadvertido al capitán de la guardia que, cuando lo vio llegar una mañana más, se acercó a él para averiguar el motivo de su presencia allí. El rabino, superando sus recelos, decidió confiarle su sueño. El capitán se echó a reír y, a su vez, le confesó al venerable rabino: "¿Sabe usted que si yo hiciera caso de mis sueños estaría buscando por Polonia a un tal Isaac, hijo de Ezequiel, que según mis sueños tiene un tesoro en un rincón de su cocina?". El rabino quedó impresionado y rápidamente regresó a  Polonia. Cavó entusiasmado en su cocina y encontró el tesoro.

Y es que, a veces, recorremos un largo camio en busca de la felicidad cuando realmente está muy cerca de nosotros, en nuestro interior. 


Ver y estar

"Que no puedas ver algo no significa que no esté."







Soy yo quien decide


Un influyente columnista de un diario norteamericano acompañaba en cierta ocasión a un buen amigo a comprar el periódico. Cuando estuvieron delante del quiosco, su amigo saludó al vendedor amablemente. El quiosquero, en lugar de devolver el saludo, le respondió de mala manera y les lanzó el periódico sin casi mirarles a la cara, como si le hubiesen ofendido con algo que desconocían. Su amigo, sin molestarse, le deseó que pasase un buen fin de semana.

Cuando se habían alejado unos pasos, el columnista, todavía impresionado por la situación que habían vivido, le preguntó a su buen amigo: "Oye, ¿este hombre siempre es tan desagradable y maleducado contigo?". A lo que le respondió: "Sí, así es". Entonces, el periodista preguntó intrigado: "Y tú, siempre le muestras tu cara más amable a este impresentable?". "Sí, claro", respondió sin parecerle extraño. "Perdona, no puedo entender por qué actúas así. Yo le habría pagado con la misma moneda", concluyó el columnista. Y el amigo le respondió: "Sabes qué, no quiero que sea él quien decida cómo me he de comportar".

Aprendamos de esta historia y no permitamos que la conducta de los otros condicione la nuestra.

No está permitido llorar

"Cuando una mujer deja de ser amada, todo le está permitido menos llorar."
Madame Du Barry



Verdades parciales


Se cuenta que un profeta acompañado de todos sus discípulos,llegó a una ciudad para difundir sus doctrinas y hacer a sus habitantes un poco más sabios. A los pocos días de abrir las puertas de la escuela en la que se habían instalado, se les unió un estudiante que dijo: "Señor, en esta ciudad reina la frivolidad, a nadie le interesa aprender. Si pretendéis inculcar alguna idea en sus corazones, vais a tener un duro trabajo". El maestro, que lo estaba escuchando atentamente, le contestó: "Tienes razón".

Ese mismo día, llamó a la puerta de esta comunidad otro muchacho que, con una amplia sonrisa, se dirigió al profeta con estas palabras: "Señor, habéis llegado a la ciudad ideal para acogeros. Aquí la gente hierve de deseos por conocer la doctrina verdadera". El maestro sonrió complacido y, de nuevo, comentó: "Tienes razón".

Uno de los discípulos, contrariado, le dijo al profeta: "¿Por qué les contestas siempre lo mismo? No puede ser que ambos tengan razón". A lo que el sabio respondió: "Cada hombre ve el mundo de una manera distinta. Unos solo reparan en lo malo y otros, en lo bueno. ¿Piensas que se equivocan? No creas que me han engañado, solo me han dicho una verdad incompleta".

El verdadero luto

"El 'duelo', el verdadero luto es discreto y sigiloso. Las demás demostraciones me resultan sospechosas: tal vez lo que causa pena en el doliente no es el fallecido, sino él mismo."
Sándor Márai



Globos


Hacía días que había llegado a la feria del pueblo un vendedor de globos que siempre tenía clientes alrededor, porque sabía cómo atraer su atención. Un niño negro, que se pasaba las horas muertas delante de él, vio cómo soltaba un globo rojo que todos los presentes contemplaron mientras ascendía lentamente y se perdía por detrás del campanario de la iglesia. Aprovechando la expectación que se había creado, fue soltando, uno tras otro, un globo azul, después uno verde, más tarde uno amarillo y uno lila, otro blanco...

Todos remontaron el vuelo como había hecho el rojo y, empujados por una suave corriente de aire, se hicieron cada vez más y más pequeños, arrastrando tras de sí la mirada ilusionada de grandes y pequeños.

Mientras los demás miraban al cielo, el niño negro no perdía de vista un globo negro que el vendedor aún sujetaba en su mano. Tras armarse de valor, se acercó y le preguntó: "Señor, si soltara el globo negro, ¿subiría tan alto como los demás?". Entonces, el vendedor, entendiendo lo que en realidad quería preguntarle el niño, soltó el globo y le respondió: "No es el color lo que lo hace subir, hijo. Es lo que hay dentro". Porque, a pesar de las diferencias externas, por dentro todos somos iguales.


El caballo y el asno


Un hombre había emprendido un largo viaje en compañía de su caballo y de su asno. Mientras el caballo avanzaba ligero con el amo a cuestas, el asno apenas podía seguirles el paso porque le había tocado llevar toda la carga sobre su lomo. El pobre animal aguantó sin quejarse más de la mitad del camino, por pedregales y zonas desérticas y bajo un sol de justicia. Sin embargo, hubo un momento en el que las fuerzas le fallaron y no pudo más.

El asno se paró y le suplicó al caballo: "Amigo, ayúdame. Por lo que más quieras, lleva tú una parte de esta pesada carga". Pero el soberbio equino ni se dignó escuchar a su compañero de viaje y siguió adelante como si nada. Unos metros más allá, el asno cayó al suelo extenuado, casi sin respiración, y falleció a los pocos segundos. El dueño, enojado por aquel contratiempo, puso toda la carga sobre el caballo incluida la piel del asno, que desolló allí mismo, y montó para continuar su viaje. El caballo, lleno de rabia, comentó: "¡Qué mala suerte tengo!". Por no querer ayudar a mi amigo el asno ahora me toca llevar toda la carga a mí solo".

Siempre hay que tender la mano a quienes piden ayuda. De no hacerlo así, el problema puede acabar siendo nuestro.